jueves, 20 de septiembre de 2018

Un crimen extraño.


  Víctor, el conserje del Hotel Bella Vista, se comunicó con el departamento de policía. Estaba agitado y hablaba demasiado rápido. La mujer que atendió la llamada le pidió que se calmara. El anciano nunca había pensado que iba a vivir una situación así. Con el teléfono inalámbrico en una mano y el cigarrillo en la otra, caminaba en círculos por el patio del hotel.
  Mientras esperaba la llegada de los policías dio indicaciones al personal para que nadie entrara en la habitación 17 y que en lo posible, nadie saliera del hotel. Él siguió al pie de la letra las instrucciones recibidas.
    Esperó en la puerta. Se abanicaba con un pañuelo y cada tanto lo apoyaba sobre su frente para secar el sudor.
   Tres patrulleros se hicieron presentes en el lugar. Las sirenas ya habían alertado sobre su llegada. De pronto, los pasillos del lugar se llenaron de curiosos.
      Los uniformados se distribuyeron las tareas: uno le tomaba declaración a Víctor; otro acordonaba el área mientras que un detective, un forense y un fotógrafo se adentraron en la escena del crimen.
    Encontraron el cuerpo sin vida de una mujer. Estaba semidesnudo, despatarrado en el piso de madera, a un costado de la cama. El fotógrafo, nuevo integrante del grupo, iba a soltar alguna broma pero el forense lo desanimó. El detective se acercó al rostro de la chica. Se rascó la cabeza, se incorporó y la llamó a su compañera.
—Juli, ya sé que estás celebrando tu cumpleaños. Prometí que me encargaría pero… creeme, tenés que venir ya mismo al Hotel Bella Vista. Ahora te envío la localización.
—¡¿Pero Juan?!
—Ya mismo. Esperá. Mejor mando a alguien a buscarte.
—¡Tanto no tomé! Puedo manejar.
—No. Haceme caso, por favor.

    Media hora más tarde llegaba Julia. Lucía un vestido nuevo, negro, ajustado al cuerpo. El conserje palideció al verla. De pronto, se detuvo a mitad de una frase. Se quedó boquiabierto y sin pestañear, mirando fijamente a la recién llegada. Julia se presentó y le extendió la mano. Víctor empezó a tartamudear. Parecía que había visto un fantasma.

—Julia, ¡Qué linda estás! Acompañame —dijo Juan y movió su brazo en dirección a la habitación 17.

 Ella se quedó en shock al ver el cadáver. Tapó un grito con la palma de su mano. La escena era surrealista. Si no fuera por el cabello corto y negro de la muerta sería como si se mirase en un espejo. Esa mujer aún sin identificar era exactamente igual a ella. Incluso tenían el mismo color de ojos: verdes.

—¡No sabía que tenías una hermana gemela!
—¡Yo tampoco!
—¿Estás bien?
—Sí. No. ¿Por qué me vengo a enterar así? ¿Cómo murió?
—Aparentemente fue asfixiada… tendrá ya dos o tres horas muerta. Lo siento, Julia —anunció el forense —En unas horas podré ser más preciso. Si lo deseás, puedo hacer el estudio de ADN.
—Claro —respondió ella en forma automática.
—Tenemos que pensar en la posibilidad de que en realidad alguien te haya querido matar —dijo Juan con lentitud, sopesando el efecto que sus palabras pudieran causar en su compañera.
—¿Qué encontraron? ¿Cómo se llamaba? —quiso saber Julia.
—Sólo hay una libreta en blanco, un bolígrafo rojo sin tinta y un pendiente de oro. No hay una valija, ropa, nada personal. Bueno, con excepción de estos tres objetos —Y Juan le extendió los mismos, cada uno en su correspondiente bolsa plástica de evidencias.
—¿Qué sabe el conserje? ¿Usó una tarjeta de crédito para registrarse?
—Vamos a averiguarlo ahora mismo —sugirió Juan.
—¡Esperá! —exclamó ella entusiasmada —Creo que aquí hay un mensaje. Necesito un lápiz.

    Raspó el grafito contra la última página de la libreta. Efectivamente se habían marcado unos surcos trazados accidentalmente al anotar algo en una página que había sido arrancada. La sorpresa iba en aumento. Julia y Juan se miraron incrédulos luego de leer el nombre completo y el número de interno de la oficina de Julia.

—Ella sí sabía de tu existencia. ¿Te llamó? —quiso saber Juan.
—No. A menos que me haya dejado un mensaje hoy…

  Volvió a mirarla. Le cerró los ojos. Cuando se paró examinó el aro.

—Este aro nos va a guiar a la asesina.
—Pero…
—No es de ella. Este pendiente no es de los que se usan a presión y si te fijás, ella no tiene perforaciones en las orejas. Además, estoy segura que vamos a encontrar su par. Tenemos que investigar y registrar las pertenencias de todos los huéspedes.
—No hay rastros de lucha. Entonces, ella conocía a la asesina y la dejó pasar o…
—Tal vez alguien la drogó antes. Buscá sustancias tóxicas en la sangre —le pidió al forense.

   Víctor se había alterado mucho al ver a Julia. Después de eso, no paró de repetir que eran iguales. Así les informó el oficial que lo había entrevistado. El pasaporte de la mujer era falso y para colmo, había pagado en efectivo por adelantado. Sólo había estado tres días. Apenas dejaba de la habitación pero cuando lo hacía, salía muy bien arreglada y con anteojos negros. Solía pedir servicio al cuarto. Víctor había llegado a pensar que se trataba de una celebridad.

   Julia sólo le hizo una pregunta a Víctor —Si está mujer tenía el cabello corto y oscuro, ¿Cómo es que notaste nuestro parecido?
—Yo la vi rubia y con su mismo corte.


   El trabajo del médico forense fue clave para develar tantos misterios. El ADN confirmó que las mujeres era familiares. Detectó restos de Ketamina en la sangre.
—Esta droga probablemente la haya dejado inconsciente o sin fuerzas horas antes del homicidio. La causa de muerte se debió a la asfixia. Lo más común en estos casos es el empleo de una bolsa plástica que envuelve la cabeza y deja a la víctima sin oxígeno —concluyó el médico.

   Julia seguía en el hotel. Ya había solicitado las correspondientes órdenes de registro para las pertenencias de cada uno de los clientes y del personal. Esperaba resistencia por parte de algunos. Mientras tanto, los reunió a todos en el restaurante donde había improvisado una oficina. Estaba conmovida por las particularidades del caso. Sentía que su vida estaba en riesgo. Un par de policías de civil estaban infiltrados grabando con sus celulares las reacciones de cada persona que se enfrentaba por primera vez cara a cara con la hermana de la víctima.
   Los principales sospechosos eran las mujeres: diez turistas y cinco empleadas que estaban trabajando a la hora del homicidio. Los hombres fueron interrogados para descartar falsas coartadas. A los tres adolescentes que vacacionaban junto a sus padres los hicieron esperar en el hall del hotel.
   De todos los presentes, los más reticentes a colaborar en la investigación fueron una mujer de noventa años y su hijo, de cincuenta. Al observar sus reacciones en vídeo Juan comprobó que ese hombre había tragado saliva y desviado la vista.  La mujer había ladeado la cabeza y se había llevado inconscientemente la mano a su oreja. A la anciana le había costado mucho trabajo despertar. Había tomado un somnífero y todavía estaba en su sistema.
  El hijo pidió un abogado. Fueron trasladados a la comisaría. La madre estuvo en observación, en una sala de interrogatorio. Julia esperó el momento oportuno para entregarle el pendiente y la mujer lo agradeció. Estaba implicada en el caso, sin embargo, a la detective no se le ocurría un motivo.
  El otro sospechoso preguntaba una y otra vez por su madre. Estaba ansioso, preocupado. Finalmente terminó confesando su culpabilidad aunque no quiso explicar los motivos.
   
   Juan le ofreció un café a su compañera. Amanecía.
—Llegaron los informes que solicitarse.
—¿Y qué averiguamos?
—Hubo al menos otro caso similar en Córdoba. Coincide con la estancia de estos dos en un hotel del centro. El personal reconoció sus fotos.
—¿La víctima era una mujer joven y delgada?
—Sí.
—¿Encontraron su ropa?
—No.
—Esa es su firma, entonces.





No hay comentarios:

Publicar un comentario