viernes, 28 de diciembre de 2018

Estrenando la muerte.

—Hora de muerte: 20:19 —dijo el doctor mientras consultaba su reloj pulsera sin soltarme la muñeca con la otra mano.
 Escuché unos sollozos contenidos. Seguramente mi esposa se apoyaba en su amiga para consolarse.
 Con mi última mirada le dije que la amaba. Después alguien me cerró los párpados.
“Tengo frío, miedo… quiero llorar y gritar pero no puedo. No estoy muerto. No puede ser. ¡Estoy acá! Ahora”.
 Las luces y sombras buscan atravesarme desde afuera. Me mueven. No quiero creer que esto es así.
 De pronto, el nauseabundo olor a rosas embriaga el aire. Debo estar en el tanatorio. Más llantos.
 “Solo espero perder la conciencia de una vez. ¡Por el amor de Dios, esto está mal!"

domingo, 23 de diciembre de 2018

El crimen de Hansel y Gretel.

Hansel y Gretel jamás pudieron perdonar ni a su padre ni a su madrastra. Si bien recordaban haber pasado hambre alguna vez, crecieron con rencor porque sabían que los adultos podrían haber buscado otra solución para salir de la pobreza.
 Los pequeños habían quedado bajo la tutela de otras personas que sacrificaron su infancia para explotar al máximo sus cuerpos y capacidades. El varón sufrió un desorden alimentario conocido como bulimia. Comía solo aquello que le indicaba el nutricionista del club y tomaba suplementos vitamínicos. Pero cuando la veía a su hermana tan delgada, siguiendo una rigurosa dieta para lucir una figura de fantasía en las fotografías, no soportaba la bronca y la culpa. Fue entonces cuando empezó a vomitar después de cada comida.
Su padre y su madrastra se vanagloriaban de ellos con sus vecinos. Les gustaba presumir cada vez que aparecían en alguna revista.
 Mientras Hansel y Gretel fueron menores, la casa no dejó de crecer.
—Tenemos que mandar a construir una pequeña sala de cine —insinuó la mujer.
—¿Y si hacemos primero un sauna? Los López tienen uno instalado en su casa. Además, nos vendría muy bien para mejorar la piel y eliminar las toxinas —propuso el hombre.
Finalmente se decidieron a hacer las dos modificaciones al mismo tiempo.
Ellos estaban en un lujoso hotel cuando los mellizos llegaron a la casa paterna. Los hermanos se mantuvieron ocultos, fuera de la vista de los albañiles. Estaban a punto de cumplir la mayoría de edad. Permanecieron en la casita del árbol un día y una noche. Allí lo planearon todo.
 “¿Asesinato seguido de suicidio o pacto suicida? El trágico final del padre de Hansel y Gretel y su mujer”, anunciaron los titulares de los más prestigiosos diarios nacionales.
 La fiscalía cerró el caso. La noticia se esparció por todos lados. Nunca nadie sospechó de los hermanos.
 Cuando los obreros terminaron las modificaciones de la casa y el matrimonio volvió a establecerse en la propiedad, se encontraron con la muerte. Estrenaron primero el sauna. Soportaron estoicamente una hora sudando. Después salieron y de camino a la ducha, el hombre sirvió dos copas de champán francés para celebrar. No notaron el sabor amargo del cianuro. Hansel había inyectado el veneno a través del corcho.
Los hermanos se habían marchado antes del desenlace. Había cámaras de seguridad y personas que confirmaban su ubicación muy lejos de la tragedia.
 Sus vecinos, los López, fueron los que llamaron a la policía. Hacía dos días que no respondían al teléfono.
—No, no. Ellos no se fueron a ningún lado, oficial —aseguró con ansiedad en el tono de voz el vecino—. Mire, el BMW y el Ferrari están estacionados ahí.
La policía los halló en el baño. La escena era dantesca. El agua caliente había permanecido cayendo sobre el cuerpo de la señora que había quedado tendido sobre el de su marido. Llevaban muertos más de 48 horas.
 

viernes, 21 de diciembre de 2018

La pesadilla.

Una vez más estaba allí, en la casa de mis abuelos. Miré para abajo y noté mis pies descalzos sobre las baldosas del living. No sentía frío. Me detuve frente a escalera. La claridad del día se colaba por la ventana del descanso. Me llamó la atención la ausencia de perros. Siempre había habido uno. No pensaba en ninguno en particular, pero esperaba escuchar ladridos.
—¿Quién anda allí? —preguntó Tatá en tono hostil.
Él estaba sentado frente al televisor del comedor. La luz amarilla sobre su cabeza lo envolvía. Se levantó del asiento y me observó directamente.
Mi sonrisa se desvaneció al instante cuando advertí en sus ojos una mezcla de temor y furia.
—¿Quién sos?
Me quedé congelada en el lugar, a escasos centímetros de él. No era broma, no me reconocía. Yo estaba en su casa y era una extraña.
Cuando él apagó la tele con el control remoto y empujó la silla, trastabillé. Aprovechó para abalanzarse sobre mí. Me sujetó con fuerza un tobillo. Entre llantos le gritaba que se detuviera.
—Tatá, Tatá. ¡Basta! Soy yo, Luli.
Logré zafarme de su agarre. Me escapé. De pronto, estábamos corriendo los dos alrededor de la escalera: cerrando y abriendo puertas, gritando y suplicando.
Cuando me desperté, seguía llorando. Mis hijos me quisieron calmar recordándome que solo había sido un sueño, que en realidad no ocurrió. Y es lógico, sin embargo, lo que sentí todavía me hace lagrimear.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Confesiones.

A las 07:00 de la mañana del 24 de diciembre suena el teléfono.
AINHOA: (Se despierta, atiende el teléfono desde la cama) ¿Diga?
VOZ MASCULINA: ¿Señora Ainhoa?
AINHOA: Sí, ¿quién habla?
VOZ MASCULINA: Tenemos secuestrado a su esposo. No se contacte con la policía...
AINHOA: Pero ¡¿qué me está diciendo?! (Tantea al lado suyo la cama).
VOZ MASCULINA: No me interrumpa, señora  (tono de fastidio).
AINHOA: Pero...
VOZ MASCULINA: Si le quiere volver a ver con vida, siga todas mis instrucciones. Reúna 30 mil euros. Yo la volveré a llamar para indicarle el punto de entrega.
AINHOA: ¡Es imposible! ¿Cómo sé que es cierto lo que me dice?
VOZ MASCULINA: ¿Qué le he dicho? ¡Qué se calle! (Grita alterado). Su marido se llama José Álvarez y es dueño de la empresa Vivinca.
AINHOA: Esa información la conocen muchas personas.
VOZ MASCULINA: ¡Joder!   Se me agota la paciencia, mujer. Ahora le pongo con él.
JOSÉ: Cariño, hazle caso a este señor, por favor. Entrégale los 30 mil euros como dice. Me ...
AINHOA: Amor, es que no tenemos esa cantidad de dinero.
JOSÉ: Claro que sí, cariño, no juegues conmigo en estos momentos. Me han torturado. Me forzaron a confesar. Ya lo saben.
AINHOA: Pero ¿qué te han hecho! (Solloza) Tengo que confesarte algo. Te lo iba a decir más adelante: le he regalado algo de dinero a mi hermano.
JOSÉ: ¡¿Qué has hecho qué?!
AINHOA: ¿De dónde crees tú que ha sacado el dinero para este último viajecito?
JOSÉ: ¡Al vago de tu hermano! Ay, ay... me están pegando.
VOZ MASCULINA: Suficiente. (cuelga).

15 minutos después. Golpean a la puerta y Ainhoa abre aún en pijama.
OFICIAL DE POLICÍA: Buenos días, ¿Ainhoa Álvarez?
AINHOA: Sí. Buenos días serán para usted. Tenía todo preparado para esta noche. Mi madre está en camino. Viene desde Londres. Y ahora esto. ¿Qué le digo? (Habla aceleradamente).
OFICIAL DE POLICÍA: ¿Me permite pasar, señora?
AINHOA: (Se hace a un lado) Sí, claro. Disculpe mis modales. Pase usted.
OFICIAL DE POLICÍA: Debo intervenir su teléfono y su móvil. Firme esta autorización. (Le extiende unos folios y un bolígrafo).
AINHOA: Me va a tener que disculpar, oficial. Es que no veo nada y no encuentro mis gafas. Con su permiso, voy a buscarlas. Póngase cómodo (Le señala un sillón).

Ainhoa sube las escaleras. Suena el teléfono.
AINHOA: ¿Diga?
VECINA: ¡Aló, Ainhoa! ¿Ha pasado algo? Digo, por el patrullero en la puerta de tu casa.
AINHOA: Mary, ¿qué haces tan temprano levantada? Sí, efectivamente, lo han secuestrado a mi José.
VECINA: ¡Madre mía, qué barbaridad!
AINHOA: Te dejo que debo arreglarme y desocupar la línea. Además, no encuentro mis gafas.

Desde la planta baja, al pie de la escalera.
OFICIAL DE POLICÍA: Señora, cuelgue. Es urgente que baje. ¿Quién era? ¿Era el secuestrador? (Grita).
AINHOA: ¡No, qué bah! Era la cotilla de mi vecina. No tardo en bajar. (Eleva la voz).

Minutos después, en la planta baja. Ainhoa cambiada y con las gafas colocadas lee los documentos y firma dos folios. El oficial interviene los teléfonos. En la sala de estar sentados en los sillones.
OFICIAL DE POLICÍA: Lo mejor en estos casos es pagar el rescate. Reúna el dinero, si puede. Lo rastrearemos.
AINHOA: Es que no tengo 30 mil euros. Le he regalado algo a mi hermano y a mi madre. Además, en estas épocas se gasta muchísimo. Bueno, eso usted ya lo sabe, no hace falta que le explique. Pero esto no me lo esperaba, ¿qué le irán a hacer, por el amor de Dios? (Habla de prisa).
OFICIAL DE POLICÍA: Tranquilícese. Ofrézcale lo que tiene y trate de ganar tiempo cuando la vuelva a llamar para poder rastrear la llamada.

A las 12:00 suena el teléfono.
AINHOA: (Inhalación profunda) ¿Diga?
VOZ MASCULINA: Ponga el dinero en una maleta en el maletero y diríjase al aeropuerto. Lleve el móvil. La llamaré para darle más detalles. Tiene una hora.
AINHOA: Pero escúcheme. No tengo los 30 mil euros. ¿No le dijo mi esposo?
VOZ MASCULINA: ¡Cómo! No me venga con eso ahora, señora.
AINHOA: Es cierto. Sólo tengo 19 mil.
VOZ MASCULINA: Pues consiga el resto.
AINHOA: Trataré pero para eso necesito más tiempo. (Mueve la cabeza buscando la conformidad del oficial).
VOZ MASCULINA: Tiene dos horas a partir de este momento. Tic tac, tic tac. Apúrese.
AINHOA: ¿Lo liberarán hoy? Quiero pasar nochebuena con mi José, se lo ruego. (Mira el teléfono con bronca y desesperación antes de colgar).

Vuelve a sonar el teléfono.
AINHOA: Escúcheme bien. Quiero que liberen a mi esposo hoy mismo.
JACINTO: Ainhoa, ¿qué ocurre? Soy yo, Jacinto. Te llamo porque aquí, en Japón ya casi es medianoche.
AINHOA: Ay, hermanito. Feliz navidad para ti. Lo han secuestrado a José. ¿Podés creerlo? ¡Justo hoy! Además, mamá debe estar al llegar. Pero no puedo moverme de aquí, por si me vuelve a llamar el secuestrador. Ah, y me falta conseguir más dinero. (El oficial le hace gestos para que corte). Tengo los nervios destrozados. Bueno, bueno, cariño, te dejo que aquí el oficial me está haciendo señas para que me apresure. Ya hablaremos. Adeus. (Tira dos besos al aire y cuelga).

AINHOA: ¿Qué hago? Había quedado con mi madre para recogerla en el aeropuerto. Su avión no tardará en aterrizar.
OFICIAL DE POLICÍA: Pues, señora, que hoy coja un taxi, digo yo.

Unos minutos después suena el teléfono.
AINHOA: ¿Diga?
MADRE: Buenas tardes, hija. Estoy en el aeropuerto cargada de equipaje. ¿Te has demorado?
AINHOA: No, mamá. No puedo ir. Luego te explico. Vente en taxi.
MADRE: Hija, ¿estás bien?
AINHOA: Mamá, no. Pero no es el momento para explicar nada. (El oficial le saca el tubo de las manos y cuelga).

Media hora más tarde vuelve a sonar el teléfono.
AINHOA: ¿Diga?
VOZ MASCULINA: Conduzca hacia el aeropuerto con lo que haya podido reunir en la maleta.

AINHOA carga la maleta en el automóvil justo cuando su madre baja del taxi.
MADRE: Pero ¿qué significa esto?
AINHOA: Ahora no, madre. Llevo prisa.

Un hombre en medio de la autopista desciende de una moto, toma la maleta y se aleja en dirección contraria.

El 25 de diciembre por la mañana.
VECINA: ¡Feliz navidad, José! (Grita desde una ventana).
AINHOA: (Abre la puerta) ¡Amor! ¿Cómo estás? Feliz Navidad (Lo abraza y llora).
OFICIAL DE POLICÍA: Feliz navidad. Acompáñeme a la estación, por favor, señor Álvarez. Es importante que responda unas preguntas a la brevedad para llevar adelante la investigación.

Ya en la comisaría.
OFICIAL DE POLICÍA:  Dígame, ¿dónde estaba cuando lo abordaron? ¿Cuántos eran?
JOSÉ: Bueno, verá… (Se frota la nuca) yo estaba... No. No puedo mentirle, oficial. (Apoya los codos sobre la mesa y deja caer la cabeza hacia delante pensando).
OFICIAL DE POLICÍA: ¡Venga, hombre! No se ande con rodeos, que no tengo todo el día.
JOSÉ: La verdad es que no me han secuestrado. Se le ha ocurrido este plan a mi amante para poder pasar juntos la nochebuena. Y yo he sido un capullo por aceptar. Y ahora, ¿cómo se lo explico a mi mujer?

El marketing del diablo.

El marketing del diablo.

El hombre se despertó y los vio allí, al lado de su cama. La presencia y el aspecto que lucían lo horrorizaron. Se incorporó inmediatamente. Sentía la sequedad en la boca y su corazón a punto de reventar.
Los intrusos rieron a carcajadas al notar el terror en la mirada y las gotas de sudor que aquel secaba con la manga del pijama.
—El jefe te mandó llamar. Acompañanos.
Él los siguió sin resistencia. No quiso averiguar qué podría pasarle si se oponía. El bar en el que entraron ya lo había visto antes.
El jefe estaba rodeado de ciegos, sordos y mudos. Consultó la hora en el celular.
El hombre hizo lo mismo. Sus piernas se aflojaban. Era la hora del diablo. Levantó la cabeza con miedo y lo miró de reojo. Lo estaba llamando.
Mientras se acercaba se preguntaba “por qué a mí”. Recordaba haberse cortado con trozos de un espejo en el baño antes de acostarse. “¿Así empezarán los años de mala suerte?”
Fue guiado a un cuarto de tortura. Vomitó y le bajó la presión. Antes de desmayarse escuchó:
—Así se paga la desobediencia. Vas a ser el portavoz de Satanás. Vas a convencer al mundo…
Se despertó en su casa. Bebió agua hasta saciar su sed. A continuación, escribió acerca del infierno y su rey.

martes, 18 de diciembre de 2018

Antártida.

El final empezó hace miles de años pero se aceleró cuando los hombres quisieron probar sus capacidades.
Hoy en día muy pocos conocen los secretos ocultos en el continente blanco. Ni siquiera podemos acceder por Google Earth al centro del Polo Sur. Se obstinan en mostrarnos un manto níveo como si nada más hubiera allí.
Partes de un asteroide fueron encontrados cerca del paralelo 74° sur. Los primeros investigadores recolectaron muestras para analizarlas en el precario laboratorio montado en una base científica en la Antártida. Según sus estimaciones, el impacto se habría producido unos diez mil años antes. Gracias a la nieve y al hielo los trozos se habían conservado íntegramente. Desde entonces han estado ocultando información sobre las moléculas de ADN halladas..
Todo está a punto de cambiar. Las nuevas generaciones cuentan con tecnología 3D que permite replicar el ADN. No habrá prisión capaz de contener a las criaturas que aniquilará a la humanidad.

Ya no habrá boda.

    Me rompió el corazón: “Ya no habrá boda”. No hacía falta agregar nada más. Cuatro palabras escritas en un texto que ponía punto final a una historia de amor. No habría perdices ni final feliz.
  La música que me había hecho vibrar me aturdía. Me ahogaba el nudo en mi garganta. Releí el mensaje de mi novio, esta vez, encerrada en el toilete. Las lágrimas anularon mi visión.
Afuera mis amigas seguían celebrando mi despedida de soltera. Solo una se percató de mi demora en el baño y vino a buscarme.
    Tenía que cancelar la fiesta: llamar a uno por uno a todos los invitados, a los músicos y al fotógrafo.
—Pero ¿Se volvió loco? —me preguntó indignada Sofía.
   Yo no respondí. Los llamados que debía hacer eran como esquirlas que destruirían aún más mi corazón. Pensaba en eso.
  Al otro día comenzó mi tortura cuando me di cuenta que no se había tratado de una pesadilla. El mensaje seguía ahí.  
    Sofía pasó la noche conmigo y me despertó con unos mates y unas facturas. Dividimos la lista de invitados y ella contactó a varios. En ocasiones se levantaba del sillón y sin mucho disimulo hablaba en la cocina con la mano tapando su boca y se explayaba en explicaciones que ni yo entendía.

—¿Qué? ¿Cómo es eso? ¿No pueden hacer otra cosa? —le pregunté al responsable de la empresa de catering—. ¿Van a tirar la comida? ¿La torta?
   Eso no lo podía aceptar. Le pedí que me diera una hora. En ese lapso me comuniqué con varios comedores comunitarios. Después le informé que ese día cientos de chicos comerían sus exquisitos platos y que su postre sería la torta de casamiento.

sábado, 15 de diciembre de 2018

Dos menos.


Con mucha dificultad corrí una heladera y la coloqué ante la puerta. No iba a salir. Estaba dispuesto a morir pero, quería llevármelos conmigo.
 Sabían que yo me había atrincherado aquí, en el viejo almacén de mi abuelo.
El día apenas se filtraba por las hendijas de la ventana tapiada. Respiraba toda la humedad del lugar.
Mis ojos poco a poco se fueron acostumbrando a la semipenumbra. Estaba seguro que ni siquiera había electricidad pero, de todas maneras, no intenté encender la luz. Me alumbraba con la linterna del celular. Recorrí con la vista las estanterías. Las telarañas colgaban de los rincones y cubrían las latas de galletitas. El polvo era tanto que podía escribir un mensaje sobre él. Lo hice. Después froté el dedo sobre el vaquero para quitarle la mugre. Me repugnaba esa sensación de áspera sequedad.
—Pelado, abrí. Conversemos. ¡Somos gente grande, che!
 Mi corazón creció de pronto y sus golpes los sentía a flor de piel.
 El Cheto embestía la puerta. Me lo imaginaba recargando todo su peso sobre el hombro.
—¡Sos un hijo de puta, basura! Hablá conmigo. Si te agarra la cana va a ser peor —dijo agitado.
  Esas palabras martillaban mis oídos. El silencio que siguió fue peor. En cuatro patas me acerqué a la ventana.
 Alguien me llamó y no fui capaz de silenciar el móvil a tiempo. Bang: un ruido me dejó sordo. Algo había perforado la pared y por un orificio se colaba el sol del mediodía. Era ridículo intentar taparlo con el dedo. Yo estaba tendido en el piso. Noté la remera empapada, pegada al cuerpo a la altura del abdomen y me desmayé.
Antes de volver a abrir los ojos y observar los destellos azules y rojos en el techo, escuché unas sirenas y voces.
—Oficial, ¿no van a perseguir al hombre que disparó? Le digo que se acaba de ir por allá —expresó una mujer muy indignada.
 No iban a ir detrás del Cheto, un informante de la policía. Además,  ellos eran socios de sus cabarets, donde explotaban a menores de edad. Yo nunca me había metido. Habíamos crecido juntos y lo consideraba mi amigo.
  Todo cambió cuando desapareció mi prima. Ella se había sacado una foto frente al espejo del baño de la casa de él. La había compartido en su estado de whatsapp. Nunca más la vi. Su teléfono no volvió a encenderse. No podía ir a la comisaría.   
Me moría. Sabía que estaba perdiendo mucha sangre y me costaba respirar.
 Al final derribaron la puerta. Dos uniformados me estudiaban de pie.
—¿Dónde están las pruebas? —preguntó uno entre dientes.
  La sirena de la ambulancia me alivió. Cuando el camillero se me arrimó, metí mi celular en su bolsillo. Allí había guardado información crucial para acabar con todos. Solo esperaba poder salir antes de la explosión.
—¿Qué significa esto? —gritó un policía.
 Supuse que habría leído el mensaje que dejé sobre el mostrador: “Tic tac”.
—¡Dos menos! —grité eufórico.



martes, 11 de diciembre de 2018

Nada que hacer.

 ¿Cómo prevenirlos de una muerte segura? Era necesario un sistema, un canal que permitiera la comunicación a larga distancia temporal. Ernesto se despertó sabiendo que sus intentos por advertir a los viajeros en el tiempo serían en vano. A esas horas ya estarían lejos.
 Juan y Mateo habían viajado otras veces. En cada oportunidad regresaban con uno que otro souvenir: una muestra de agua, una bacteria extraña, un recorte periodístico.
 Ernesto tenía sueños premonitorios. Así se habían conocido. Él los había soñado y ellos lo habían buscado especialmente. Su fama lo trascendía.
El primer encuentro fue en la Plaza de Mayo. Con un diario bajo el brazo Juan se abrió camino entre la muchedumbre.
 Lo encontró. Observó la foto del matutino y le clavó la mirada.
—Acompáñeme, por favor —suplicó Juan.
—¿Juan? —preguntó el otro y se aferró del brazo mientras extendía su bastón.
 Zigzaguearon por las calles de una ciudad enardecida. Se metieron en un café y el más joven lo presentó con Mateo, que los aguardaba.
  Se asociaron.
 Ahora ellos buscaban una bacteria, causante de una pandemia en el siglo XXIII. Intentaban robarla por prevención.
Ernesto los había visto morir, ejecutados con una inyección letal.


viernes, 7 de diciembre de 2018

Veteranos.

Reunidos alrededor del fogón contaban anécdotas de la guerra. Los veteranos despedían el año. Emocionados entonaron a la medianoche el himno nacional.
Uno de ellos, el más jocoso, les hizo notar que ya no estaban en forma.
—Si nos viéramos amenazados y en la necesidad de enfrentarnos a un enemigo, probablemente no entraríamos por la escotilla del tanque —dijo riendo a carcajadas—. Seríamos un blanco fácil.
—Te apuesto lo que quieras —dijo el más robusto señalándole con el dedo— a que no eres capaz de hacer ni cincuenta lagartijas seguidas —lo retó golpeando la mesa con un puño y levantándose de la silla.
Las risas alegres poco a poco fueron apagándose.
—Reto aceptado. Si lo consigo me quedo con tu moto.
—Me parece bien. Pero si pierdes me quedo con las llaves de tu gimnasio.
Todas las miradas se clavaron en el más atlético esperando su respuesta.
—Hecho.
El encuentro se llevaría en horas de la tarde. Por la mañana bien temprano, el flaco, secundado por varios de sus compañeros, comenzaron a entrenar.
A pesar de todo, el robusto se quedó con todo: moto y gimnasio.


viernes, 30 de noviembre de 2018

¡Qué miedo!

Me cansé de llorar. Nadie vino a calmarme. El móvil sobre mi cama se movía solo y la cortina se inflaba y se desinflaba.
—¡Mamá! —aullé.
Silencio. Toqué el piso frío y me dieron ganas de ir al baño. Corrí. Después fui a la habitación de mi mamá y estaba vacía. Me trepé a su cama. Sobre la almohada había una cajita misteriosa. La estaba por abrir cuando sonó desde adentro un teléfono. Me apuré para atender.
—Hijo, ya eres un hombrecito y necesito que me hagas un favor: llama a tu padre. Ya. Que pase por tí. Entrégale este celular.
Ella lloraba. Una persona detrás suyo aparecía con una máscara.
Mi papá llegó muy pronto. Él la va a ayudar. Es el mejor policía del mundo.

Secuestro.

—¿Será el padre? —preguntó Juana a sus compañeros señalando al hombre que envalentonado se había bajado de un auto en marcha y se acercaba a María.
El grupo se había reunido en la plaza como habían acordado la noche anterior. No iban a ir a la escuela. Estaban con sus uniformes y las mochilas.
María se había quedado rezagada. Se columpiaba.
—¡Está gritando! —se horrorizó un chico.
Todos corrieron en dirección a su amiga que intentaba sujetar con fuerzas las cadenas pero que inexorablemente fue arrastrada por los pelos y desapareció ante sus ojos atónitos.

lunes, 26 de noviembre de 2018

El dragón.

Para mí es un misterio todo lo vinculado con el Parque Itachi. La estatua con forma de dragón posee el poder del encantamiento. Se eleva a más de diez metros sobre su pedestal y parece volar. Sus ojos acechan a quienes se atreven a mirarlos. Al atardecer engulle la bola de fuego y la escupe por su boca.
He visto niños muñidos de tapas de cestos de basura y ramas que empuñan como armas desafiando a la bestia. Madres que corren despavoridas para arrastrar por el brazo a los valientes y llevárselos lejos.
El artista que la ha diseñado y tallado en un material que no es de este mundo desapareció el día previo a la inauguración. Según pude averiguar, nunca cobró el último cheque.
Soy el único que regresa cada día en busca de inspiración para mi novela. Los vecinos prefieren caminar por la vereda de enfrente. Imagínense mi sorpresa cuando la semana pasada descubrí una foto rodeada de velas y flores. Era un pequeño altar para una muchacha extraviada. Al parecer la habían visto allí por última vez. Pedían información. Los altares se multiplicaron. Hoy ya son siete las jóvenes buscadas.
Unos agentes me han detenido para interrogarme. La gente me señala como un posible sospechoso. Mi única defensa y esperanza es que vuelva a ocurrir estando yo en el calabozo.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Volver.



Cumplí la misión y volví a mi tierra. Solo demoré 136 años humanos. Mis predecesores habían hecho un buen informe. Ellos son avaros y codiciosos. Se desprecian unos a otros por distintas causas que van desde el color de la piel hasta sus ideas políticas y religiosas pasando por su origen.
Ya he probado con el colonialismo, las guerras mundiales, el terrorismo. Les he inspirado miles de ideas respecto de armas, estrategias y tácticas de guerra. Todos y cada uno las han hecho propias. Yo mantuve en secreto mi verdadera identidad y mi objetivo.
Al fin llegué, justo a tiempo para exponer ante mis compañeros las conclusiones de mi experimento.
La maestra me felicitó y les preguntó a mis compañeros:
—¿Creen que la Tierra podría ser fácilmente conquistable?
—Sí —respondieron a coro.
—Ellos comprenderán que el más fuerte puede dominar e imponerse al más débil. Los humanos lo han hecho siempre así, ¿no, Hardyn?
—Sí, todos los seres que habitan la Tierra, en general —respondí.
La maestra volvió a tomar la palabra.
—Prepárense. Su última tarea escolar será la conquista del planeta azul. Tienen un plazo de 136 horas, es decir, 136 años humanos.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Casi un ángel.

—Laura, esto es terrible —me dijo mi exesposo mientras me abrazaba.
No recuerdo habernos abrazado en años. Hacía tiempo que nos habíamos separado. Yo no podía dejar de llorar. Necesitaba aferrarme a algo, a alguien y sin dudarlo, lo rodeé con mis brazos.
—Hiciste una buena elección. Con ese vestido floreado parece un ángel. Y el color de las mejillas… —me hablaba al oído, mirándola por encima de mi hombro.
Al mediodía llegaron sus compañeros con los uniformes de la escuela. Uno a uno se fue acercando al cajón. Me dieron el pésame.
Mis recuerdos de aquel día llegan como diapositivas, imágenes que se suceden lentamente, que resplandecen y resaltan por la negrura del momento.
Estaba al lado del cajón sosteniéndole la mano a mi pequeña. De pronto, murmullos. Se fue corriendo una voz desde la entrada del lugar.
“¡Qué atrevida!” pensé. Era Lucía. Caminaba muy tranquila por el pasillo que le habían formado los muchachos. Mascaba chicle como siempre, con la boca abierta.
—¿Quién es esa? —me preguntó Raúl extrañado.
—Era su novia. ¿No lo sabías? Yo le tenía prohibido que la viera.
—¿Mi niña…?
—Sí.
—¿Y desde cuándo sos homofóbica? —me preguntó aún más sorprendido.
No le respondí.
Ella se acercó con un vaso de agua en la mano. Escupió el chicle al lado de mis pies. Raúl me contuvo. “¡Qué insolencia!”, quería sacarla de allí a patadas.
Vació el contenido del vaso sobre el rostro de mi hija. Fue el colmo. La sujeté de un hombro pero ella logró zafarse. Apoyó sus labios sobre los rojos de mi niña. Un escalofrío me estremeció. Todas las miradas caían ahí. Silencio.
En ese momento escuché una inspiración tan profunda que parecía como si alguien hubiera dejado sin aire la habitación. Llanto. Un milagro.
Mi hija se había incorporado y lloraba. No entendíamos nada.
Un médico me explicó que se había tratado de un estadío conocido como catalepsia.