domingo, 23 de septiembre de 2018

Un relato sobre la locura.

Salir de allí.

—Tenés que ayudarme. Te paso un número de teléfono. Llamá y averiguá quién es. Me estuvo llamando todo el día y nunca me contesta —la monotonía y el volumen bajo del tono hacían difícil comprender las palabras.
—Esperá que tomo nota —respondió Jazmín con cierto fastidio.

  Un minuto más tarde Jazmín muy sorprendida le dijo —Es tu número, Caro. El número del teléfono fijo de tu casa.

—¿Cómo? ¿Y este otro…?
—El de tu celular.

 Jazmín no salía de su asombro. Imaginó la secuencia: su amiga yendo de un teléfono al otro, preguntando “quién es”, indignándose cada vez más con el silencio del otro lado de la línea.

 Carolina fue internada unos días después. Llegó con heridas en sus piernas, algunos cortes eran más profundos que otros. No podía mantener la cabeza erguida: se balanceaba hacia adelante con peso muerto y de golpe, con un brusco movimiento se iba hacia atrás. Cerraba los ojos y sonreía.
  Frunció el entrecejo y gritó cuando sintió el ardor del agua oxigenada en contacto con sus lastimaduras.

—Soplame —pidió con tono infantil.

  Una mujer la llevó en una silla de ruedas por un largo pasillo con puertas a ambos lados. Carolina abrió los ojos sólo cuando escuchó una voz aguda,  femenina que repetía como un mantra: —Yo, yo, yo.
 Una joven en camisón blanco sentada sobre el piso en el pasillo se golpeaba la frente con la muñeca, manteniendo su puño cerrado. Todos la esquivaban.

     A las 06 de la mañana el sonido de varias llaves chocándose las despertó. Una enfermera había cerrado tras de sí la puerta de la habitación donde habían dormido esas dos.
  Carolina forcejeaba inútilmente para tratar de liberar sus muñecas y tobillos que estaban amarrados a los barrotes de la cama.
  La enfermera se reía a carcajadas. Después le dedicó una sonrisa fría a la otra y le arrojó agua a la cara.
—Es hora de despertarse.
 La joven agredida no respondió, ignoró a la celadora. En cambio, giró la cabeza y la encaró a su nueva compañera que estaba cada vez más asustada.
—Mañana me voy de aquí. Mañana se cumple un año desde que llegué. Ya basta —dijo entre espasmos de dolor, retorciéndose.
—Llevame con vos —suplicó la nueva mientras que pestañeaba.
 La enfermera se fue riendo a carcajadas. Cerró la puerta con llave.

  A la mañana siguiente, cuando la enfermera volvió a la habitación con el vaso con agua se llevó un gran susto. La estaban esperando.
    La más joven le quitó las llaves del bolsillo mientras que Carolina la amenazaba con uno de los cientos de trozos rotos del vaso. La amordazaron y la sujetaron a una de las camas.
  Una vestida como enfermera y la otra en silla de ruedas abandonaron el lugar.


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