lunes, 20 de enero de 2020

El cartero



Gastón golpeó las manos frente a la casa de Don Pedro. La bufanda le cubría la boca y la nariz. Se quitó los guantes y golpeó la puerta. Esta se abrió un poco. Lo que vio lo dejó helado. Entró corriendo. Revoleó el portafolio abierto y cientos de sobres cayeron, algunos sobre las tablas de madera reseca que crujían al pisarlas y otros, en el hogar, cerca de los leños incandescentes.
Gritaba a todo pulmón parado sobre una mesa intentando quitarle la soga enroscada alrededor del cuello del viejo.
Ambos cayeron al piso entarimado del comedor, pero sólo Gastón se quejó. A los gritos llamó a la pequeña nieta de Don Pedro, una huérfana de cinco años que se había mudado recientemente a esa cabaña aislada, en lo alto de la montaña. No le respondió. Y después de serenarse llegó a la conclusión de que dadas las circunstancias, lo mejor había sido que la niña no hubiera presenciado la escena de su abuelo bamboleándose, colgado de una soga. De todas maneras, le llamó la atención la ausencia de ella y del perro, un Siberiano Husky.

Nunca había visto un cadáver. Tenía miedo. Se hizo la señal de la cruz y rezó un Padre Nuestro y un Ave María. Hacía años que conocía a Don Pedro y, a pesar de los rumores de los pueblerinos, a él siempre le había resultado simpático y generoso. Lo esperaba con café. A veces lo deleitaba con melodías que rasguñaba de la guitarra y conversaban.
Don Pedro había estado esperando una carta de un tal Oreste. Cada lunes desde hacía un par de meses le preguntaba:
—¿Ningún sobre de Oreste?
Gastón, apenado por su amigo, negaba con la cabeza.
La ansiedad del ermitaño era comprensible: su hija y su yerno habían muerto en un accidente, en la ruta hacia Malargüe y su nieta, la única sobreviviente, le había contado que unos señores muy malos los habían encerrado a propósito al punto de hacerle perder a su padre el control del vehículo, que cayó por un barranco. Después habían huido. Esto hacía suponer que los habían encontrado, que las identidades otorgadas por el Servicio de Protección a Testigos ya no servían. La vida de la pequeña y la suya peligraba. Oreste debía reasignarles nuevos documentos y reubicarlos.
Ahora el viejo apareció muerto. La policía supondría un caso de suicidio y archivaría el asunto. Pero ¿y la niña desaparecida? ¿Acaso alguien sería capaz de llegar a la verdad y hacer justicia?
El testimonio de Gastón era crucial. Sin embargo, el cartero estaba aterrado. Decidió dejar por escrito todo cuanto sabía de Don Pedro, la nieta y Oreste, el responsable del Servicio de Protección a Testigos. Firmó con mano temblorosa la declaración y la llevó al destacamento policial del pueblo.

"Último momento: desesperada búsqueda de un joven oriundo de Malargüe que se extravió la noche del sábado. Fue visto por última vez en Bariloche caminando a orillas del Lago Nahuel Huapi. Al parecer se había tomado unas vacaciones pero no contesta las llamadas de su madre. La familia está desesperada. El hombre es muy querido por los vecinos. Trabajaba para el Correo. Si alguien conoce el paradero de Gastón Hernández comuníquese a los teléfonos que aparecen en pantalla", informaba un locutor por Canal 5.

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