lunes, 20 de enero de 2020

Las dudas de Ángel



Al terminar su turno Ángel se dedicó a escuchar las entrevistas que había grabado. Esa era su costumbre desde hacía años.
  Se desplomó sobre una silla en la penumbra de su cocina con un vaso de whisky en la mano. Encendió un Marlboro.

  Algo le preocupaba. Su primera impresión había sido considerar el caso de Iván como un intento de asesinato. Las palabras de Marta, su novia, lo condujeron en esa dirección pero ahora dudaba.

—¿Quién quedó en la casa después que se fueron tus invitados, después de soplar las velitas y comer torta? —Ángel detestaba escuchar su tono pacificador cuando se trataba de interrogar a niños.
—Mi papá.
    Marta había interrumpido a su hija.
—¿Qué te dije sobre mentir? Papá no viene a casa y lo sabés.
   A partir de ese momento la criatura se metió el pulgar en la boca y no volvió a pronunciar palabra.

   Ángel había pausado la cinta para hablar con Marta a solas en el patio.
—Señora, usted está entorpeciendo una investigación policial. Haga el favor de no intervenir. 
La mujer volvió a asegurarle que Carlos Rot, su exmarido no tenía contacto con ellas.
—Matilde imagina cosas. Es chica y se niega a aceptar el abandono —le aseguró.

   Ángel reconstruyó la escena que tuvo lugar en la casa de Marta, más precisamente en la cocina. Iván había llegado alrededor de las 22:45, según había precisado la novia. Ella había subido a la habitación de su hija para corroborar que durmiera. Según recordó Iván, al ser interrogado en el hospital, Marta no bajó enseguida. En ese interín alguien lo golpeó por detrás con fuerza, con un objeto contundente.

    Se sirvió otro vaso de whisky y vació el cenicero. Falló el primer intento de encender otro cigarrillo. Eso lo llevó a recordar al vecino curioso que se acercó a la casa de Marta para brindar su testimonio y que le había ofrecido fuego.
—Me pareció escuchar gritos. Y justo cuando doblé en la esquina un auto salió arando. Estoy casi seguro que había estado estacionado frente a esta propiedad —le dijo y esperó a que tomara nota en su libreta—. Mi nombre es Eduardo Ballester —agregó.
El chismoso tenía un perro al que paseaba cada noche o algo así creía recordar Ángel. Buscó entre sus anotaciones. Con la claridad del alba pudo leer perfectamente. El hombre vivía a dos casas de la de Marta y le parecía que los sucesos que relató habían tenido lugar minutos antes de medianoche. No pudo reconocer marca ni modelo del vehículo y tampoco pudo aportar datos de la patente.

    El llamado al 911 lo había hecho Marta. El registro indica que se realizó a las 00:37.

   Algo estaba mal. Había piezas del rompecabezas que no encajaban.
Le molestaba el estado de whatsapp de Marta: demasiado despreocupado minutos después de haber descubierto a su novio ensangrentado e inconsciente en el piso de su cocina. Las conversaciones con sus amigas giraban en torno a unas vacaciones en una playa caribeña. Cerró los ojos y recreó en su mente la habitación de la pequeña. ¡Uala! Una valija detrás de la puerta. Eso por si solo no era gran cosa. Pero, el golpe en la cabeza de Iván no fue mortal y tal vez, la intención fuera la de aparentar un homicidio fallido. La idea llegó de pronto cuando la víctima le preguntó por dos cajas de metal de su camioneta. Faltaban. ¿Robo? ¿Autorrobo?

—¿Qué contenían esas cajas, Iván?
—Metal precioso. Lo transportaba. Siempre me escolta un hombre de seguridad pero justo anoche me avisaron que no iba a ser posible.
—Una última pregunta: ¿Lo conoce a Carlos Rot? —le preguntó Ángel mostrándole una fotografía.
—Charly. Sí, claro. Lo conocí en Alcohólicos Anónimos. ¿Por?

El detective anotó en su libreta amarilla una lista de cosas por hacer:
Buscar huellas dactilares de Carlos Rot en la casa de Marta.
Entrevistar al jefe de Iván.
Conversar con las amigas de Marta.
No perderlos de vista en el corto y mediano plazo.

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