domingo, 23 de diciembre de 2018

El crimen de Hansel y Gretel.

Hansel y Gretel jamás pudieron perdonar ni a su padre ni a su madrastra. Si bien recordaban haber pasado hambre alguna vez, crecieron con rencor porque sabían que los adultos podrían haber buscado otra solución para salir de la pobreza.
 Los pequeños habían quedado bajo la tutela de otras personas que sacrificaron su infancia para explotar al máximo sus cuerpos y capacidades. El varón sufrió un desorden alimentario conocido como bulimia. Comía solo aquello que le indicaba el nutricionista del club y tomaba suplementos vitamínicos. Pero cuando la veía a su hermana tan delgada, siguiendo una rigurosa dieta para lucir una figura de fantasía en las fotografías, no soportaba la bronca y la culpa. Fue entonces cuando empezó a vomitar después de cada comida.
Su padre y su madrastra se vanagloriaban de ellos con sus vecinos. Les gustaba presumir cada vez que aparecían en alguna revista.
 Mientras Hansel y Gretel fueron menores, la casa no dejó de crecer.
—Tenemos que mandar a construir una pequeña sala de cine —insinuó la mujer.
—¿Y si hacemos primero un sauna? Los López tienen uno instalado en su casa. Además, nos vendría muy bien para mejorar la piel y eliminar las toxinas —propuso el hombre.
Finalmente se decidieron a hacer las dos modificaciones al mismo tiempo.
Ellos estaban en un lujoso hotel cuando los mellizos llegaron a la casa paterna. Los hermanos se mantuvieron ocultos, fuera de la vista de los albañiles. Estaban a punto de cumplir la mayoría de edad. Permanecieron en la casita del árbol un día y una noche. Allí lo planearon todo.
 “¿Asesinato seguido de suicidio o pacto suicida? El trágico final del padre de Hansel y Gretel y su mujer”, anunciaron los titulares de los más prestigiosos diarios nacionales.
 La fiscalía cerró el caso. La noticia se esparció por todos lados. Nunca nadie sospechó de los hermanos.
 Cuando los obreros terminaron las modificaciones de la casa y el matrimonio volvió a establecerse en la propiedad, se encontraron con la muerte. Estrenaron primero el sauna. Soportaron estoicamente una hora sudando. Después salieron y de camino a la ducha, el hombre sirvió dos copas de champán francés para celebrar. No notaron el sabor amargo del cianuro. Hansel había inyectado el veneno a través del corcho.
Los hermanos se habían marchado antes del desenlace. Había cámaras de seguridad y personas que confirmaban su ubicación muy lejos de la tragedia.
 Sus vecinos, los López, fueron los que llamaron a la policía. Hacía dos días que no respondían al teléfono.
—No, no. Ellos no se fueron a ningún lado, oficial —aseguró con ansiedad en el tono de voz el vecino—. Mire, el BMW y el Ferrari están estacionados ahí.
La policía los halló en el baño. La escena era dantesca. El agua caliente había permanecido cayendo sobre el cuerpo de la señora que había quedado tendido sobre el de su marido. Llevaban muertos más de 48 horas.
 

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