martes, 11 de diciembre de 2018

Nada que hacer.

 ¿Cómo prevenirlos de una muerte segura? Era necesario un sistema, un canal que permitiera la comunicación a larga distancia temporal. Ernesto se despertó sabiendo que sus intentos por advertir a los viajeros en el tiempo serían en vano. A esas horas ya estarían lejos.
 Juan y Mateo habían viajado otras veces. En cada oportunidad regresaban con uno que otro souvenir: una muestra de agua, una bacteria extraña, un recorte periodístico.
 Ernesto tenía sueños premonitorios. Así se habían conocido. Él los había soñado y ellos lo habían buscado especialmente. Su fama lo trascendía.
El primer encuentro fue en la Plaza de Mayo. Con un diario bajo el brazo Juan se abrió camino entre la muchedumbre.
 Lo encontró. Observó la foto del matutino y le clavó la mirada.
—Acompáñeme, por favor —suplicó Juan.
—¿Juan? —preguntó el otro y se aferró del brazo mientras extendía su bastón.
 Zigzaguearon por las calles de una ciudad enardecida. Se metieron en un café y el más joven lo presentó con Mateo, que los aguardaba.
  Se asociaron.
 Ahora ellos buscaban una bacteria, causante de una pandemia en el siglo XXIII. Intentaban robarla por prevención.
Ernesto los había visto morir, ejecutados con una inyección letal.


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