lunes, 26 de noviembre de 2018

El dragón.

Para mí es un misterio todo lo vinculado con el Parque Itachi. La estatua con forma de dragón posee el poder del encantamiento. Se eleva a más de diez metros sobre su pedestal y parece volar. Sus ojos acechan a quienes se atreven a mirarlos. Al atardecer engulle la bola de fuego y la escupe por su boca.
He visto niños muñidos de tapas de cestos de basura y ramas que empuñan como armas desafiando a la bestia. Madres que corren despavoridas para arrastrar por el brazo a los valientes y llevárselos lejos.
El artista que la ha diseñado y tallado en un material que no es de este mundo desapareció el día previo a la inauguración. Según pude averiguar, nunca cobró el último cheque.
Soy el único que regresa cada día en busca de inspiración para mi novela. Los vecinos prefieren caminar por la vereda de enfrente. Imagínense mi sorpresa cuando la semana pasada descubrí una foto rodeada de velas y flores. Era un pequeño altar para una muchacha extraviada. Al parecer la habían visto allí por última vez. Pedían información. Los altares se multiplicaron. Hoy ya son siete las jóvenes buscadas.
Unos agentes me han detenido para interrogarme. La gente me señala como un posible sospechoso. Mi única defensa y esperanza es que vuelva a ocurrir estando yo en el calabozo.

4 comentarios:

  1. A veces tengo la misma sensación que tu narrador cuando quiero abordar un cuento que tenga un femicidio. Me gustó mucho la historia. Toda literatura es ficción, pero tiene inevitables símbolos dolorosos que se acercan a lo real, como en este caso.
    Ariel

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  2. Muchas gracias Ariel por leer y comentar. A veces me sumerjo en abismos dolorosos. El problema, en estos casos, es que siempre la realidad supera a la ficción y lo malo siempre es peor.

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