miércoles, 17 de octubre de 2018

El hombre con menos suerte del mundo.

El coche fúnebre se alejaba lentamente remolcado por la grúa mientras que cuatro hombres jóvenes bajaban por las escalinatas de la Iglesia con cuidado el féretro de Carlos, su abuelo.
 En ese preciso momento, un turista chino captaba toda la escena con su cámara fotográfica.
Los amigos del difunto caminaban lentamente detrás del cajón. Tardaron en reaccionar y estaban grandes para correr detrás del remolque. Dos de ellos alentaron a los muchachos para que se dieran prisa, que aprovecharan la detención del vehículo en el semáforo en rojo. Ellos los reemplazaron como pudieron pero al cabo de unos segundos, el ataúd terminó cayendo y rebotando contra los escalones. Acabó en medio del patio del templo todo raspado.
 El más inoportuno de los amigos soltó una carcajada. Los demás lo imitaron.
—¿De qué otra forma podría haberse ido Carlitos?
Los nietos estaban afligidos y molestos con aquellos pero aceptaban la ironía de la situación: ni en su último paseo podían salir bien las cosas.
 El turista fotografió la insólita escena: un grupo de hombres riendo a carcajadas alrededor de un ataúd destartalado frente a la iglesia. A la brevedad se sumaron otros curiosos que se detuvieron intrigados. Varios de los desconocidos pensaban en voz alta, hacían conjeturas.
—¿Será una cámara oculta?
—Seguro.
—Sea como sea, me parece una falta de respeto —opinó disgustada una mujer —En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén—. Siguió su camino.

—¿Te acordás, Pedro, cuando fuimos a pescar a Corrientes y a Carlitos se le enganchó el anzuelo en la pollera de una señora?
—Sí —río Pedro—, tuvimos que salir corriendo. Nos querían matar los correntinos. Carlos no se rindió tan fácil. Él quería recuperar la línea y el anzuelo. Al final, cuando los amigos de la dama se sacaron los abrigos en son de pelea, se puso a correr. Perdió todo.
—Sí, lo hicimos correr atrás del auto unas cuantas cuadras.

 Los que no conocían esa anécdota igual se sumaron al coro de carcajadas imaginando al hombre con menos suerte en todo el mundo arrodillado a los pies de una mujer, intentando desenganchar el anzuelo de la falda colorida. Siendo perseguido luego por unos cuantos pescadores, todos corriendo detrás de un auto en movimiento.

 La fama de Carlos era tal que cuando sus familiares y amigos solicitaron permiso para esparcir sus cenizas en el estadio del club de fútbol de su ciudad, del cual había sido un gran fanático, las autoridades se negaron rotundamente.
—Si su suerte lo acompaña, no ascendemos nunca más.
 Palabras más palabras, menos esa era la opinión de todos los responsables del club.

 Una hora más tarde seguían esperando otro coche fúnebre. Al más gracioso del grupo se le ocurrió que podrían transportarlo en algún portaequipaje. Todos rieron de la ocurrencia.
—¿Es broma, no?
—No, no. Lo digo en serio. ¿Qué tal si hoy se murieron más personas de lo habitual y no dan abasto en la cochería?
Ya lo estaban asegurando con unas sogas sobre el techo de un Renault 12 de color turquesa metalizado cuando llegó un vehículo más apropiado. Lo traspasaron.
 La historia de sus cenizas es un misterio. Sólo diré que el presidente del club contactó a los amigos de Carlos tras cuatro derrotas consecutivas, un defensor y el arquero lesionados, para sacarse la duda.
—¿No las habrán esparcido acá sin mi consentimiento?


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