martes, 23 de octubre de 2018

La fiesta del pasado.

 La noche estrellada sobre la casona de los Tellier era el escenario perfecto para la fiesta. El aire frío que se respiraba estaba impregnado de aromas agrestes.
 Carlos no estaba seguro del éxito de aquella fiesta. Caminaba impaciente sobre la alfombra del salón, alrededor de los sillones, con las manos detrás de su espalda. Se detuvo frente al hogar. Su mirada se perdió en el fuego crepitante. Su esposa apareció detrás de él sosteniendo dos vasos de whisky y le ofreció uno. Los cubos tintinearon al chocarlos. Ella le guiñó un ojo y sonrió. Carlos apenas rozó el líquido con los labios y después se le acercó para decirle al oído lo maravillosa que era.
 Unos minutos pasadas las nueve de la noche las luces de un auto iluminaron el sendero empedrado que culminaba en el porche de la casona.
Sara colocó un disco y la púa hizo contacto con el vinilo. La música le dio la bienvenida al primer invitado. ¿Quién sería? Aunque no llegara nadie más, el experimento había resultado exitoso.
 La fiesta había sido planeada por meses y, sin embargo, todavía no habían enviado las invitaciones. Lo harían una semana más tarde.
 El conductor descendió del vehículo para abrirle la puerta a una mujer extraña y refinada. Su vestido era de otro mundo.
—Gracias. Lo voy a recomendar. Es usted un magnífico chofer, tan discreto y servicial. Espero que me pueda pasar a buscar por acá en dos horas.
—Claro, no se preocupe, señora —dijo él con cierta solemnidad.
 Cuando volvió a encender el motor y antes de poner primera la contempló a su antojo, sin pudor, atónito. El vestido estaba hecho de luz o de algo que desprendía luz. El brillo, la intensidad y los tonos variaban. Ya lo había notado durante el viaje. El hombre no acababa de comprender. Lo de la recomendación también le resultó extraño pero al lado de semejante atuendo, todo carecía de importancia.
 Carlos abrió la puerta y al verla, volvió a sentirse como un niño frente a un truco de magia: asombrado, maravillado.
—Buenas noches, señora. Permítame presentarme. Mi nombre es Carlos Tellier.
—Buenas noches. Lo sé —dijo ella muy divertida —Nos hemos visto antes, en alguna que otra reunión. Claro que lo que guardo en mi memoria es en parte su futuro. Mi nombre es Luciana Bradford —le dio la mano. —Tenga, esta es mi invitación.
 Le entregó una tarjeta escrita con delicada caligrafía. La letra era de Sara. Decía así:

“Tenemos el placer de invitarla a la primera fiesta de viajeros del tiempo que se llevará en Rue Virgine 503, Estrasburgo a las 21:09 el día 08 de noviembre de 1850. Rogamos puntualidad.
Atentamente,
                    Carlos y Sara Tellier”.

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