martes, 9 de octubre de 2018

El mensaje.

  Los recién llegados fueron presentados al resto de sus compañeros. Venían de lejos con sus mochilas al hombro, cansados por el largo viaje pero ilusionados. Eran conscientes de la gran oportunidad que se les brindaba: podrían jugar al fútbol en uno de los mejores clubes del país.
  Todos querían destacar. Sin embargo, en el trato había uno que sobresalía. Felipe era un líder natural. Los demás le hacían caso, le festejaban los chistes y ocurrencias.
       Esa noche después de cenar, en torno a una gran mesa, Felipe instó a los desconocidos a que contaran algo de ellos mismos y sus lugares de origen.
       Mariano fue el primero de los tres en hacer uso de la palabra pero no impresionó. Agustín les habló de sus nueve hermanos y lo dura que era su vida en el Chaco. Muchos se sintieron identificados y evocaron los recuerdos de sus tierras. Más tarde fue el turno de Lucas. De pronto se hizo un silencio interrumpido por el carraspeo del muchacho que se aclaró la garganta para luego continuar con el hilo de su relato.
—Les juro que esto pasó de verdad. Estaba durmiendo la siesta en un sillón bajo el alero y empezó a llover. El cielo se había oscurecido tanto que parecía la noche. Granizaba. Adentro de mi casa la televisión se encendió sola. El volumen me aturdió. Corrí para apagarla pero cuando me di vuelta se volvió a encender. No había nadie más en mi casa. Me asusté. Es la verdad. Tendrían que haberlo visto. A cualquiera de ustedes les habría dado miedo —se defendió de las miradas burlonas de sus eventuales oyentes—. Tito, mi perro, empezó a aullar. Para mí que le hacía mal a los tímpanos. Yo me acurruqué con él debajo de la mesa y me tapé los oídos. En eso me fijé y los canales saltaban de uno a otro. Empecé a gritar, a putear. Tito ladraba con el rabo entre las patas.
Estaba agitado como si hubiera corrido noventa minutos en una cancha de once. Me faltaba el aire. Estaba transpirando. Me pellizqué para despertarme de la pesadilla.
—Ah, ¿Estabas soñando? —interrumpió uno.
—Dejalo terminar su historia —ordenó Felipe y lo alentó a continuar.
      Silencio. Todos lo miraban, incluso el sereno se había arrimado al grupo con curiosidad.
     Lucas los miró fijo a los ojos a uno por uno, tomó aire y con una mirada triste dijo:
—Antes de despertarme pude escuchar: “Hijo, no tengas miedo. Siempre te voy a cuidar. Te amo”. Eran palabras sueltas de periodistas, actrices y locutores, como si fueran esos recortes de diarios o revistas que se usan para transmitir un mensaje. Bueno, eso. Yo supe que era mi mamá. Me desperté y el.sol brillaba, el cielo era azul y no había ni una sola nube. Quise hablar con mi mamá. la llamé pero no me contestó. Prendí la tele y un periodista contaba cómo había sido la trágica muerte de una mujer que sorprendida por la tormenta, se estrelló contra un camión y murió en el acto. El accidente había ocurrido a varios kilómetros de mi casa. La mujer identificada era mi mamá.

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