sábado, 20 de octubre de 2018

Realidad virtual.

 El domingo Germán se ocupó de lavar el auto, cortar el pasto y aceitar las bisagras de todas las puertas de su casa. Su esposa preparó la comida e incluso, las viandas para la semana.
 Casi no intercambiaron palabras en todo el día. Por la noche él intentó seducirla pero ella se excusó argumentando un fuerte dolor de cabeza.
Al día siguiente Germán llegó temprano del trabajo. Llevaba un ramo de flores y una gran sonrisa que se le fue desfigurando hasta acabar en una mueca de incredulidad. A medida que subía la escalera los chirridos del elástico de su cama se escuchaban más cerca. Hacía meses que no los oía. No sabía qué hacer. Las flores terminaron al pie de la escalera, en la planta baja.
 El crujido de la madera bajo su peso lo delató. Los gemidos y sonidos metálicos se interrumpieron. Él se apuró para entrar en su dormitorio. Encontró a su esposa sudada, apenas vestida sobre el revoltijo de sábanas, con los lentes de realidad virtual.
—Me tomás de pelotudo, ¿no? ¿Dónde mierda lo escondiste? ¡Salí, forro! ¡Da la cara! —gritaba Germán indignado mientras revisaba debajo de la cama y adentro del ropero.

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